Lo malo de estar triste es que tengo un nudo en la garganta y un puño en el estómago. No quiero hablar, no quiero reírme, no quiero hacer planes. Me pregunto cómo he sobrevivido la semana sin matar a ninguno de mis compañeros de oficina. Lo mío es mala leche constante. Fumo más, duermo menos y estoy desarrollando una relación tóxica con los mensajes de Jaime en mi móvil.
No sé si hablar con él lo hace mejor o peor. O quizás es el motivo de mi enfado y tristeza. El otro día concluímos que los dos queremos volver pero “de otra manera”. Como no sabemos cuál es esa “otra manera”, “ya iremos viendo”. En otras palabras: no vamos a volver. Él me cuenta que está haciendo su vida en Madrid, saliendo con sus amigos, compañeros de oficina, buscando un piso que comprarse. Y yo tengo mi trabajo aquí en Francia. Lo único que le da estabilidad a mi vida es mi curro, no lo pienso dejar.
Según un terapeuta que tuve, me cabreo por no estar triste. Porque llevo tan mal la tristeza que me es más fácil gestionar el enfado. Lo gestiono haciendo manualidades. De verdad, en estos momentos tener las manos ocupadas me ayuda a desocupar la cabeza: pinto muebles, ayer compré un cuadro en los anticuarios que ponen la paradita el sábado y lo estoy convirtiendo en un lienzo para poner fotos Polaroid. Mi casa va a parecer sacada de Pinterest.
“Tu problema es que no te decides”-me dijo Edu el otro día. Bendito Edu cómo le quiero. “Si Jaime te gusta y es que sí entonces sí y si no pues chao”-, pero no, yo sigo que si sí que si no… Y claro, las cosas que no me gustaban de Jaime siguen ahí, invariables… Pero por otro lado está esta vida que me tendría que haber montado con él y ahora es que no.
Y seguro que esto es solo la punta del iceberg de un divorcio. Oh Dios mío, no quiero divorciarme en mi puñetera vida, qué horror debe de ser eso…
Estoy cambiando, lo noto. No solo porque físicamente me miro al espejo y siento haber envejecido 5 años de golpe sino que de pronto pienso en cosas como “me gustaría encontrar a alguien para toda la vida”, “me gustaría que Dios bendijese mi unión con esa persona” (que no casarme porque eso me parece algo que haces por los demás y no para ti), “me gustaría encontrar a ese alguien especial al que miras y dices: ostras qué suerte que Dios te puso en la tierra y se cruzaron nuestros caminos. Gracias por existir”.
Y es la primera puñetera vez que siento estas cosas. Yo pensaba que mis sueños serían siempre ser escritora de mis propios dramas, pero ahora eso me da bastante más igual. Me jode, porque creo que escribía mejor hace unos años y debería haber aprovechado el tirón para hacer algo publicable, pero no lo hice y ahora tengo otras prioridades. Weird. Bueno, quizás hacerse mayor es un proceso raro en sí mismo.
Y ya, es que estoy triste y no me apetece en realidad escribir mucho. En el fondo preferiría dedicar esta soleada mañana de domingo a seguir haciendo mis manualidades